jueves, 30 de enero de 2014

Rarezas I

A veces cierro los ojos y veo una extraña luz azulada, 
y entonces ocurre: -comienza a sonar una melodía lejana-, 
tan lejana como el principio de las edades, 
tan lejana como una memoria convaleciente que esta a punto de ser borrada, 
viene de un recóndito rincón dentro de mi y no puedo descifrarla, 
no puedo definirla, 
....me quedo quieta, 
por momentos contengo hasta la respiración y me concentro para ver si logro escuchar mejor, 
pero no lo consigo, 
en cuanto intento acercarme de manera consciente a sus notas, a sus ecos, a los débiles sonidos que emite...
se esconde,
tímida, 
temerosa.... 
hasta que desaparece.... 
y ya no vuelve,
aunque apriete mis ojos con fuerza y la invoque con todas mis ganas.... 

La melodía fantasma y sus transparencias serian irrelevantes de no ser por esta absurda corazonada de que ahí esta la respuesta a esa pregunta que no consigo recordar, como cuando tienes una idea en " la punta de las neuronas" o una palabra "en la punta de la lengua"
... eso que sabes que debes recordar, que se anuncia importante, que esta ahí, 
pero no puedes alcanzarlo, 
no puedes encontrarlo, 
no puedes concretarlo....
abres una puerta, 
levantas una caja, 
te asomas por una ventana, 
corres por un pasillo, 
bajas las escaleras, las subes de nuevo, 
abres un armario, 
hurgas en la alacena,
destripas los cajones, 
te asomas bajo la cama,
lo revuelves todo 
y nada.... 
ya no hay nada! 








viernes, 8 de febrero de 2013

P e r f i l

Tenia 14, la edad en la que se construyen las esperanzas.
Llevaba siempre un cascabel atado a la muñeca, la cabellera rojiza, libre y enmarañada,
con las botas gastadas, las pecas remarcadas y la sonrisa un poco chueca...

Le gustaban los lunes, solo por contradecir al mundo.
Amaba a su gato.
Amaba estrenar cuadernos.
Amaba las fotografías viejas.
Tenia una rara obsesión por lo trenes, aun cuando nunca había abordado uno...
Odiaba a los carteros...
Odiaba tener que lidiar con las sobras del tubo dentífrico.
Cargaba un pequeño espejo en el bolsillo, junto con la brújula que le obsequio el abuelo.
No necesitaba despertadores, parecía poseer un reloj interno que le avisaba el momento justo de despegar los párpados.
Desayunaba tostadas con crema de maní cada día.
Caminaba rumbo al colegio con la cabeza baja, pateando piedras y buscando disimuladamente tréboles de cuatro hojas entre la maleza.... jamas encontró alguno....
hasta aquel día...